martes, 20 de noviembre de 2012

LA CASA DE BERNARDA ALBA
Bernarda Alba, viuda de dos matrimonios, es de un carácter intransigente que no permite la mínima separación de sus órdenes. La acción comienza el día de los funerales por el segundo marido de Bernarda: tras el desfile de las vecinas del pueblo, la madre anuncia a sus hijas que en ocho años que dure el luto no entrará en la casa ni el viento de la calle. 

En las muchachas hay una inquietud especial que viene dada por su estado de solteras y con calor en la sangre, están olvidadas de los mozos del pueblo. Solo la mayor, doña angustias, única hija del primer matrimonio, es rondada por pepe el romano, que va tras el dinero dejado por el primer marido de Bernarda que corresponde a angustias.

El segundo, padre de las otras cuatro, no dejo nada para sus hijas. Pronto se inicia una lucha sorda entre angustias, Adela y martirio por el joven, mientras tejen uno ajuares que ninguna está segura de llegar a ponerse. El deseo del varón late en el luto de todas, en su silencio, en sus querellas: “Son mujeres sin hombre, nada más”, como dice Poncia, la criada, que termina descubriendo el amor de Adela por Pepe al romano.

La casa de Bernarda Alba
La criada habla con Bernarda y le insinúa que el romano acude a otra ventana, además de rondar a angustias; pero Bernarda no puede concebir que en la casa ocurra algo que ella no sepa. Otra hermana a sorprendido los amores de Adela; Martirio, que también se ha enamorado del romano y que amenaza con delatarla. Tres días antes de la pedida oficial de angustias, el romano finge marchar del pueblo. 

Esta inquieto, desconocido; su partida solo es una disculpa para que Angusties cierre su ventana. Cae la noche y Adela se entrevista con él en el pajar. Pero martirio esta alerta: se produce el encuentro –lleno de hiel– entre las dos hermanas. Martirio declara que le ama y que ya que pepe el romano no será para ella, tampoco Adela se lo ha de llevar. Las voces de ésta entrevista despiertan a Bernarda y las hermanas.

Adela se enfrenta a su madre con la verdad por delante:”Yo soy su mujer. Entérate (a Angustias) tu y vete al corral a decírselo...Ahí fuera esta, respirando como si fuera un león “.Pero Bernarda no se amilana y decidida a vengarse de su hija, de su honra, de la desobediencia, pide la escopeta y dispara contra el Romano. Adela, que cree muerto a su amante, se ahorca.

Bernarda impertérrita, jura culminar su venganza:”Pepe, tu iras corriendo vivo por el oscuro de las alamedas, pero otro día caerás…Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. A callar. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!”

Y en estas palabras, con la sumisión de las hijas a su voluntad de dejarlas vírgenes para siempre, queda definido su férreo carácter dominador. Su estirpe quedara inmarcesible, con el luto de por vida.

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