lunes, 10 de septiembre de 2012

HISTORIA DEL LENGUAJE

Si hay algo en la evolución del hombre que marcó la diferencia y al que se le debe otorgar un lugar de privilegio, ese es el lenguaje. Cientos de líneas se han escrito sobre la importancia del pulgar oponible, como la clave del progreso humano. En cierto modo es respetable que muchos piensen así, ya que gracias a ello la manipulación del mundo material ha sido mucho más sencilla.
Gracias a la mano pencil(consecuencia directa del pulgar oponible) hemos sido capaces de manipular primero la piedra y luego los metales. Con esos materiales fuimos capaces de crear herramientas con las que cazar y recolectar. Poco a poco las herramientas fueron siendo más sofisticadas, adquiriendo la capacidad de vivir de la agricultura y la ganadería. Con ello nos establecimos de forma sedentarias, creando pequeños núcleos de población, que a día de hoy se han convertido en las grandes urbes y pequeños pueblos en los que toda la población del planeta vive.

I: The Tower of Babel (Bruegel)
Pero todo esto no habría sido posible si no hubiéramos sido capaces de transmitir los conocimientos adquiridos generación tras generación. Sin una persistencia de la información adquirida sobre las distintas formas de manipulación de piedras y metales, las herramientas nunca habrían podido mejorar con el paso de los años. Habría sido imposible inventar la rueda, y una vez inventada habría sido imposible que coetáneos y descendientes de aquellos inventores hubieran podido usarla y mejorarla para encontrarle nuevas utilidades.
Quizá lo más impresionante no sea la comunicación, si no lo que es el lenguaje en sí. Con un máximo de 25 fonema  a día de hoy somos capaces de abstraer la realidad tal y como la vemos, para transmitírsela a los demás. Somos capaces de describir un paisaje, de relatar un sueño, de dar una conferencia sobre la evolución del hombre, incluso hasta describir los más extraños sentimientos. Y más allá de la comunicación oral, hemos sido capaces de representar por escrito todos esos fonemas para que la persistencia de las ideas y la comunicación entre humanos pueda alcanzar límites insospechados 10.000 años atrás.

II: José Manuel Briceño Guerrero
El filósofo venezolano jose manuel Briceño guerrero escribió en 1970 un ensayo titulado “El Origen del Lenguaje” en el que expuso sus distintas visiones del origen del lenguaje, desde puntos de vista mitológicos, evolucionistas y filosóficos, para llegar a una misma conclusión desde todos esos puntos de vista, una máxima de la que siempre estuvo convencido: el origen del hombre yacía en el origen de la palabra.
El lenguaje es el medio que hace posible la formulación de preguntas y respuestas. La estructura del conocimiento es lingüística. La estructura de la conciencia es lingüística. La estructura del razonamiento es lingüística. La estructura del mundo, tal como lo concibe y utiliza el hombre, es lingüística. El lenguaje es el lugar de lo humano, en él vivimos, nos movemos y somos.
Sin el origen inicial del lenguaje, nunca habría habido un origen de las matemáticas, un desarrollo del método científico, un pensamiento filosófico, un desarrollo de la ingeniería, y por supuesto, nunca habrían existido ni los libros ni la literatura. Sin el lenguaje no habría existido la comunicación, y sin ella seríamos un animal más incapaz de adquirir los avances de nuestros ancestros para conseguir progresar, quedándonos atrapados generación tras generación en una primitiva visión de El día de la marmota.



LEANDRO FERNANDEZ DE MORATIN
 (Madrid, 1760-París, 1828). Hijo del también literato Nicolás Fernández de Moratín, tuvo una formación autodidacta, aunque en contacto con los autores que, junto su padre, formaban la élite Carlos III, atribuido a Rafael Mengsintelectual y literaria del Madrid de Carlos III. Trabajó como empleado en un obrador de joyería, actividad que compaginó con sus primeras obras literarias. En 1787, gracias a su amistad con Jovellanos, viajó por Francia como secretario de Francisco Cabarrús -político y economista de ideas avanzadas-. Tras regresar a España, sus constantes peticiones de ayuda económica consiguieron del ministroFloridablanca un modesto beneficio y se ordenó de primera tonsura. Más tarde, y gracias a Conde de Floridablanca, por Francisco de Goyala protección del «favorito» Manuel Godoy, obtuvo otras rentas eclesiásticas. Todo ello sin una vinculación real con la Iglesia, y como resultado de su insistente actividad como «suplicante». La protección de Godoy, que le permitió abandonar su antiguo oficio, se completó con la licencia para representar El viejo y la niña (1790) -un año antes había publicado su sátira en prosa La derrota de los pedantes- y una pensión para viajar por Europa entre 1792 y 1796. Frutos de estos viajes son sus sugestivos cuadernos de viaje, donde sus impresiones y comentario ponen de manifiesto unas grandes dotes de observación. Su prolongada estancia en las cortes europeas le facilitó, asimismo, el contacto con la vida teatral de Inglaterra, Francia e Italia, lo cual será fundamental par acabar de perfilar su formación como dramaturgo, ya puesta de manifiesto en la citada obra y en La comedia nueva (1792), feroz sátira del teatro mayoritario de su época y manifiesto del grupo de los reformistas. En 1796 es nombrado Secretario de la Interpretación de Lenguas, lo que le permite iniciar una etapa de prosperidad, simultánea con sus momentos de mayor creatividad teatral, que culminarán en 1806 con el estreno de El sí de las niñas. En 1799 había sido nombrado director de la Junta de Dirección y Reforma de los Teatros, constituida de acuerdo con las repetidas solicitudes del propio Moratín y de otros autores neoclásicos. Esta oportunidad de realizar una tarea reformista coherente con lo expresado en sus memoriales, cartas y, sobre todo, en La comedia nueva o el café (1792), fracasó, y su participación fue efímera.
     En 1803 estrenó El barón y, al año siguiente, La mojigata, que tuvieron una aceptable acogida. Su gran éxito vendría en 1806 con El sí de las niñas, comedia que culmina su corta producción dramática original. Anteriormente había traducido a Shakespeare -Hamlet (1798)- y adaptado a la escena española La escuela de los maridos y El médico a palos, de Molière, con quien tantas veces se le ha comparado y a quien él consideraba como maestro, junto a Goldoni. 

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EL SI DE LAS NIÑAS 


El sí de las niñas
El sí de las niñas transcurre en una sala con varias puertas de una posada en Alcalá de Henares. La acción empieza a las siete de la tarde y acaba a las cinco de la mañana siguiente.

La escena primera muestra a Don Diego y a su sirviente,Simón, solos y hablando con preocupación del retraso de Doña Irene y Doña FranciscaDon Diego le cuenta a Simón que desea casarse con Doña Francisca, por su belleza, virtudes y recogimiento, y que el matrimonio ya está concertado con Doña Irene, su madre. La hija estudiaba interna en un colegio de monjas de Guadalajara y Doña Irene' había ido a recogerla para llevarla a Alcalá, donde se hallaba Don Diego, con el fin de pasar un tiempo con él para que se conocieran antes de realizar dicho matrimonio. Simón le comenta a su amo el reparo de la diferencia de edad entre ambos y que creía que la boda se concertaría entre Doña Francisca y Don Carlos, el apuesto sobrino de Don Diego. Éste le saca de su error y confiesa a Simón que está enfadado con su sobrino, Don Carlos, por sus múltiples amoríos y por mentirle en la correspondencia.

En la escena segunda tiene lugar el encuentro de Don DiegoDoña Irene y Doña Francisca. Durante la tercera escena habla Doña Irene de múltiples familiares de alta alcurnia. Doña Francisca se retira y en la escena cuarta hablan Doña Irene y Don Diego sobre la muchacha.Don Diego quiere que Doña Francisquita le exprese personalmente lo que siente por él, sin la intermediación de su madre, pero ésta trata de disuadirle diciéndole que Doña Francisca no cesa de expresarle todo el cariño que siente por el anciano y de cómo prefiere un marido experimentado y de edad madura, pues los matrimonios jóvenes no tienen la experiencia ni la virtud necesaria para criar a los hijos, poniendo como ejemplo los tres matrimonios y veintidós hijos que había tenido ella, de los cuáles sólo sobrevivió Doña Francisca. De repente,Doña Irene llama a su criada, Rita y ésta acude. 

Luego Rita se encuentra con Calamocha, el criado de Don Carlos. Ambos ya se conocen .Calamocha cuenta a Rita que nada más recibir la carta de Doña Francisca en la que ésta contaba a Don Félix (en realidad Don Carlos) que su madre la quería casar con un anciano en Madrid, su amo partió con él desde Zaragoza hacia Alcalá para impedir esa unión y declarar sus intenciones a Doña Francisca y Doña Irene. Luego, Doña Francisca está enamorada de Don Félix, el cuál es en realidad, Don Carlos, el sobrino de Don DiegoCalamocha informa a Rita de que su señor, Don Carlos, se encuentra también alojado en esa posada. Destaca la familiaridad de trato entre Rita y Calamocha. En la escena novena Rita habla con Doña Paquita y en ese diálogo sabemos cómo ésta se veía a hurtadillas con Don Carlos (ella cree que se llama Don Félix) mientras estaba en el convento en Zaragoza. Paquita está inquieta y deseosa por ver a Don Félix (Don Carlos).

Comienza el segundo acto con una declaración de Doña Paquita de que a pesar de su juventud y de que su madre la llame simple y niña, ella ya sabe lo que es el amor y las lágrimas que cuesta. Después Doña Irene trata de seguir convenciendo a su hija de la suerte que ha tenido en que un caballero con una fortuna como la de Don Diego se fije en ella. También le comenta que ya sabe por qué no acoge bien Francisquita la idea de casarse con Don DiegoDoña Irene cree que su hija se quiere quedar en el convento como religiosa porque las monjas, cosa que Doña Paquita niega, diciendo que se quedará siempre con su madre. En la siguiente escena hablan Don Diego y Doña IreneDoña Francisca está presente pero apenas interviene o calla. El caballero empieza a sospechar que la niña no le tiene el cariño que él espera y se lo expone a su madre, pero ésta le asegura que sí. Don Diego le dice a Doña Francisca que su cariño es sincero y que desearía la misma sinceridad para con él. Doña Irene acaba impidiendo que la niña declare que no desea casarse con el caballero, chantajeándole con el cariño materno-filial.

En la escena séptima del acto segundo y tras una advertencia de Rita, el militar Don Carlos y Doña Francisca se encuentran, adquiriendo tintes la comedia de drama romántico. Los amantes se vuelven a declarar su mutuo amor y Don Carlos dice, ante el llanto de la muchacha, que la va a defender ante todo el mundo. Don Carlos se queda con Calamocha y Rita, y ve aparecer  a simón , extrañados de su presencia. Al salir Don Diego de su cuarto, Don Carlos se turba y se aparta. Don Diego le descubre y le pregunta qué hace en la posada. Don Carlos no le dice la verdad. Don Diego le dice que tiene que volver con su ejército a Zaragoza inmediatamente ya que no puede desatender sus obligaciones de mando militar y le echa de la posada ordenándole que no pase la noche bajo ese techo. Se despiden tío y sobrino. Cuando Rita le cuenta a Doña Francisca que Don Félix y su criado se han ido, la muchacha se siente engañada por el teniente y llora desconsolada.

De noche, Don Diego no puede dormir y sale a la sala de la posada donde se encuentra durmiendo Simón. Éste se despierta y ambos oyen una serenata de amor. Alguien ha tirado a Doña Francisca una carta, pero quien la coge es Simón y se la entrega a su amo, que ya sospecha que es de un amante de Doña Paquita, por lo que se siente herido y celoso. Sale Rita a buscar el papel que el amante callejero ha tirado a Doña Paquita pero halla a Simón y disimula.Rita le comunica a Doña Francisca que no ha podido hacerse con la carta y la muchacha vuelve a entristecerse, creyendo que Don Félix (Don Carlos) la ha abandonado.

Posteriormente Don Diego y Doña Paquita se encuentran en la salita. Don Diego, sabedor de que otro la pretende, le comenta a la muchacha que la nota abatida e inquieta y le pide que se sincere con él, pero ella le dice que ni otro hombre le pretende ni que prefiera la vida del convento. Don Diego le dice que ve señas en su actitud que le indican que la muchacha no se alegra de la unión entre ambos. Es aquí cuando Don Diego hace una declamación contra la educación que reciben las muchachas de la época para que callen, y con ello, mientan sobre sus verdaderas pasiones e inquietudes'. Le pide a la muchacha que se calme y vaya con su madre. 

En la escena décima del tercer acto, Simón ha ido a buscar a Don Carlos y lo trae ante su tío.Don Diego le pide a su sobrino que le cuente todas las circunstancias de su relación con Doña Paquita. Éste lo hace y sabemos entonces que el nombre de Don Félix que adopta Don Carlos en su relación con la muchacha provenía de algunas obras de Calderón de la Barca (Don Félix de Toledo). También narra Don Carlos que con ese nombre estuvo cortejando a la muchacha durante 3 meses, hasta que se tuvo que ir, dejándola desmayada de amor. Le confiesa a su tío que ahora ha venido a por la muchacha y le pide consentimiento para tomarla como esposa. Es cuando Don Diego le cuenta a su sobrino que ya está comprometido con Doña Paquita pues él también la ama y ha de ser suya. Don Carlos, le dice a su tío que ella se casará con éste pero que nunca le amará pues Doña Paquita sólo ama al joven soldado. Después Don Carlos comenta que se marcha de nuevo a la milicia donde entrará en guerra, para estar apartado de ellos y dejarlos vivir en paz. Don Diego le impide que se vaya. En la siguiente escena Don Diego  le cuenta a Doña Irene que su hija está enamorada, pero no de él. Doña Irene toda alterada, cree que Don Diego pretende librarse de la chiquilla y no hacer frente a su compromiso, por eso pide a su hija que declare la verdad y ésta confiesa que ama a otro hombre. En la escena decimotercera se produce el desenlace: Ya amanece. Don Diego le explica a Doña Irene que a quien en realidad ama su hija es a Don Carlos, su sobrino y que él bendice esa unión y los frutos (hijos) de la misma, de forma que Doña Francisquita y Don Carlos ya no tienen impedimento para formalizar su relación